Tanto Don Joaquín como Don Juan José y el Padre Mariano realizaron sus estudios en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ya de nuevo en El Salvador, Don Joaquín atendía su clientela como abogado y le correspondió como ya se explicó iniciar las labores del Poder Judicial en El Salvador: El Licenciado Durán fue diputado ante el congreso Federal en 1826. Después ocupó el mismo cargo en El Salvador en 1827 y llegó a ser Presidente del Poder Legislativo. Aquel era el año fatal, cuando se expandió la guerra civil en Centro América, a raíz de la invasión a San Salvador iniciada por el Presidente de la República, General Manuel José Arce. Trató de mantenerse al margen de la convulsión bélico-política. Nuevamente fue electo Magistrado de la Corte en 1830.
Años después ocupó el cargo de Ministro de Hacienda y Guerra durante la Jefatura de Don José María Cornejo, quien gobernó entre 1830 y 1832. En los días de la Independencia, y aun desde antes, los partidos políticos que mantenían un tenso equilibrio en el Istmo eran el liberal y el conservador. Los «fiebres» y los «serviles» según los motes de aquella época. El Jefe Cornejo era del bando conservador, en tanto que el Presidente de la República Federal de Centro América, el General Francisco Morazán, era el máximo líder del liberalismo. En 1832, el General Morazán, con aprobación del Congreso Nacional, dispuso el traslado de la capital de la República desde Guatemala a San Salvador. Don José María Cornejo protestó y opuso fuerza militar al Presidente. Entonces Morazán invadió El Salvador, venció a Cornejo y en abril de 1832 lo envió preso a Guatemala junto con unos sesenta salvadoreños que con él colaboraban, entre ellos Don Joaquín Durán y Aguilar, Ministro de Hacienda y Guerra. Ellos sufrieron cárcel por un año en la Capital. Aquel hecho conmocionó a la sociedad salvadoreña pues no había familia distinguida que no tuviera un prisionero en aquella ciudad. Condenados a cuatro años de exilio, fueron por fin amnistiados por el Congreso Federal.
Bien podría suponerse que estos trágicos acontecimientos, fueron distanciando a la familia Durán y Aguilar de la figura del General Morazán, y la inclinaron hacia el partido conservador. Don Joaquín y sus hermanos se abrieron campo en Guatemala en una etapa histórica cuando la República Federal de Centro América se acercaba al colapso. En términos políticos, esto también significaba que las fuerzas conservadoras y clericales iban a relevar al liberalismo.
Por 1838 se arreciaron las insurrecciones de Rafael Carrera en las montañas del oriente de Guatemala. Esta conmoción bélico-social iba a ser aprovechada por los conservadores y la facción clerical para recuperar el poder. El blanco del conflicto era el gobierno liberal del Jefe de Estado de Guatemala Mariano Gálvez. Este pidió ayuda militar al Presidente Morazán, quien ya gobernaba desde San Salvador. Morazán concluyó su segundo periodo presidencial en enero de 1839, pero fue electo Jefe de Estado de El Salvador el 6 de julio. Desde aquí marchaba constantemente sobre Guatemala a poner Rafael Carrera. Gálvez cayó en febrero de 1838 y fue sustituido por Pedro Valenzuela a quien siguió Mariano Rivera Paz.
Por este tiempo ocurrió un trágico suceso que afectaría profundamente a la familia Durán Aguilar. El padre Mariano Durán y Aguilar se había convertido en una especie de asesor político de Rafael Carrera y frecuentemente hacía de capellán de las tropas del terrible guerrillero. Este dispuso una expedición contra Guatemala, pero fue oportunamente combatido por el General Carlos Salazar. El jefe Salazar venció a Carrera en la batalla de Villanueva, el 11 de septiembre de 1838. Le hizo numerosos muertos y prisioneros: Entre estos últimos cayó preso el infortunado Presbítero Mariano Durán y Aguilar. «El 30 de octubre de 1838 en la ciudad de Guatemala fue fusilado el Padre Mariano Durán y Aguilar, condenado por el Consejo de Guerra, como cómplice del General Carrera. Fue aprendido en la acción de Villanueva en 11 de septiembre pasado. Ciudadano distinguido, perteneciente a honorable familia de San Salvador. Era capellán de las tropas «. El cruel e implacable suplicio del Padre Mariano profundizaría más la animada versión de la familia Durán y Aguilar con los liberales y con el General Morazán.
Morazán se exilió por fin de Centro América el 5 de abril de 1840, después de ser vencido por Rafael Carrera definitivamente el 19 de marzo de ese año. La misma República Federal se extinguió con tal hecho y subsistieron en forma aislada los cinco estados que la constituían. Se inició en Guatemala un gobierno de tinte eminentemente conservador liderado por Rafael Carrera. Don Joaquín Durán y Aguilar se alineó en esta corriente y llegó a ser hombre de confianza de Carrera, quien supo sacar provecho de su ilustración.
A raíz del exilio de Morazán, el Estado de El Salvador, ya gobernado por Antonio José Cañas en 1840, se vio obligado a buscar arreglos pacíficos con el régimen guatemalteco. Este estaba dispuesto a llevar la guerra al vecino país, pero ciudadanos serenos y reflexivos convencieron a Carrera para que hiciera negociaciones pacíficas con El Salvador, país que, por su debilidad militar entonces, podría hacerle concesiones. Carrera entonces optó por la vía «diplomática» y se encaminó hacia San Salvador a donde llegó el 10 de mayo de 1840, teniendo cuidado de hacerse acompañar por un distinguido abogado, Don Joaquín Durán y Aguilar, quien era nada menos que Ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala.
«Las autoridades existentes en la ciudad, recibieron a los enviados con demostraciones de aprecio y de amistad, dándoles un cómodo y decente alojamiento en una de las casas preparada al efecto. El Jefe del Estado [Antonio José Cañas], su Ministro Licenciado Manuel Barberena y varios empleados del Gobierno visitaron a los huéspedes en el mismo día de su llegada y se ha asegurado que el adjunto del Teniente General [o sea el Licenciado Durán] se vio en apuros y azarosas dificultades, disculpándolo en razón de sus modales montañeses y parludos [de Carrera], en presencia de los visitantes, poseídos más de miedo que de deseos de hallarse verificando aquel saludo dirigido a dos enemigos de El Salvador».
Los acobardados políticos salvadoreños, ya sin el apoyo de Morazán, se vieron obligados a suscribir un tratado de paz y avenimiento con el régimen guatemalteco, con cláusulas totalmente atentatorias contra la dignidad, la soberanía y la independencia nacional entre los que se destacan las siguientes:
«Primero: para la organización de El Salvador no se ocupará en los destinos públicos a ninguno de los funcionarios y militares que cooperaron con el General Morazán (…)».
«Segundo: con el fin de asegurarse el gobierno de Guatemala de los males que aun pudieran maquinar contra este Estado (…) este gobierno [de El Salvador) se compromete a entregarle las personas que contarían en una lista que presentarán sus comisionados (…) «
«Tercero: no se consentirá por el gobierno de El Salvador, que las personas que se aseguran haber emigrado de la facción de Morazán, vuelvan a él, si no es de acuerdo y por consentimiento del de Guatemala (…)»
Otros cinco artículos afrentosos para El Salvador contenía este convenio firmado en San Salvador el 13 de mayo de 1840. Las firmas que lo suscribían eran las del Licenciado Joaquín Durán Aguilar , como Ministro de Relaciones de Guatemala, el General Rafael Carrera, Jefe del Ejército guatemalteco, y por El Salvador, Don Manuel Barberena y J. Lacayo.
Está fuera de los alcances de este libro referir lo que ocurrió después. Sólo se ha pretendido hacer notar que en esta aciaga oportunidad, el ilustre abogado Joaquín Durán y Aguilar estuvo contra los intereses salvadoreños, por su tenaz aferramiento al partido conservador y sus implacables sentimientos antimorazanistas. Tal era el desbordamiento de las pasiones políticas entonces. No obstante el historiador tecleño Roberto Molina y Morales hace un juicio más benévolo sobre el distinguido jurista, y asegura que «Durán y Aguilar aceptó formar parte de aquella misión con el propósito de que las condiciones impuestas no fueran onerosas ni depresivas para El Salvador». Esta versión no es muy aceptable, pues las condiciones impuestas por la Comisión guatemalteca fueron afrentosas. Es humanamente explicable que el Licenciado Durán deseara liquidar toda influencia morazánica en Centro América, en tanto que había sufrido agravios por parte del caudillo.
El Licenciado Joaquín Durán y Aguilar siguió figurando en la política guatemalteca como miembro de la Asamblea del Estado, Ministro de Gobernación y llegó a ocupar provisionalmente la Presidencia del Estado por ausencia temporal del General Rafael Carrera. Residió buena parte de su vida en la Antigua Guatemala en donde vivió dedicado a su profesión de abogado, a las actividades agrícolas de su familia. Falleció a los 88 años el 17 de mayo de 1877 cuando gobernaba en aquel país el General Justo Rufino Barrios y en El Salvador el Doctor Rafael Zaldívar. En Guatemala eran ya los tiempos del liberalismo reformador de Barrios, por lo que el Licenciado Durán y Aguilar vivía completamente alejado de la política de su país adoptivo.
«Periódicamente, pese a sus achaques, emprendió el camino de su tierra, (El Salvador) aunque la desaparición de deudos y amigos, y aun de enemigos políticos de su época, fueron haciendo más tristes y melancólicos sus visitas. El año de 1872 fue en el que por última vez visitó su tierra idolatrada».
» La Gaceta de El Salvador» le dedicó una sentida nota necrológica de la cual entresacamos los siguientes párrafos:
«Dotado el señor Durán de un espíritu recto y de un talento claro pudo dedicarse a su profesión con provecho para la honra, la vida y la propiedad de sus clientes, llegando a adquirir tan buen nombre como jurisconsulto que se le ha mirado como uno de los más notables de Centroamérica (…) El conocimiento de las leyes, el criterio filosófico para interpretarlas, la aptitud para encontrar sus ventajas o vacíos, el talento para conocer la justicia de una causa; he aquí una de las dotes que ha caracterizado al señor Durán (…) Había escogido para lugar de su residencia la Antigua Guatemala ; allí Encontró la tranquilidad por él apetecida, consagrándose a la agricultura y al cuidado de su familia, sin dejar ni un momento sus libros en sus ratos desocupados, pues la lectura era el pasto de su espíritu. Su alma se sentía al fin fatigada en un cuerpo caduco y achacoso del que se separó para hacer el descanso eterno: tenía ya ochenta y ocho años «.
Este fue el personaje a quien, siguiendo una rigurosa cronología, correspondió ser el primer Magistrado Presidente de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador.
NOTA: Datos «Historia de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador»
Gilberto Aguilar Avilés, 1a. Ed.- San Salvador, El Salvador.